A veces suceden eventos insólitos en nuestra vida y este, es uno de ellos.
LA HISTORIA
En el mes de mayo de 2020, realicé un vuelo humanitario desde Sydney (Australia) hacia Bogotá (Colombia), dado que era la única forma de viajar en la pandemia del Covid-19.
Para poder acceder al vuelo humanitario, tenía que entregar una declaración juramentada con el sitio donde pasaría la cuarentena, el cuál debía ser en Bogotá, porque era el primer sitio al cual llegábamos. Le pregunté a mi hermana que vive en Bogotá si era posible quedarme en su apartamento y se notaba a la legua que no quería, pues tengo sobrinos pequeños y mi cuñado debía trasladarse a trabajar a otra ciudad. Si yo daba la dirección de mi hermana, todos debían permanecer en cuarentena durante 14 días. Así que decidí pasarla en un hotel, que se encontraba dentro de un listado que había entregado la Cancillería colombiana. Hice la reserva por Booking vía internet y cuando llamé me dijeron que el hotel estaba cerrado, pero que podía llegar allá. Tuve muchas dudas al respecto, más lo único que podía hacer era confiar en que todo saldría bien.
ESTO ES COMO DE PELÍCULA
Llegué al hotel y efectivamente, estaba cerrado, yo era la única persona hospedada allí. Me asignaron una habitación muy confortable, y aunque estaba demasiado cansada por el viaje, no pude dormir, como también, llevaba más de 15 horas sin comer nada.
Como no conocía los protocolos del hotel, recibí el desayuno en el restaurante, que estaba solo para mí. Aunque mi habitación era muy confortable, no le entraba la luz del día, entonces, solicité un cambio de habitación donde pudiera recibir el sol, así diera contra una avenida que tiene alto flujo vehicular y, por ende, hay mucho ruido. Creo que fue la mejor decisión que tomé, porque los días siguientes no fueron nada fáciles.
Me informaron de la administración del hotel que yo estaba en cuarentena total y, por ende, no podía salir ni siquiera de la habitación, veía a mi familia desde el balcón de la misma, ubicado en un tercer piso y lo único que podía hacer era saludarlos con las manos, mientras nos comunicábamos por celular, se me salían las lágrimas al poderlos abrazar.
Ellos, muy gentilmente, me llevaron un mercado para picar entre comidas, a veces me llevaban el almuerzo, pero no podían hacerlo todos los días, era muy triste tener que verlos a la distancia. Después, comencé a pedir domicilios, aunque no me gustaba casi la alimentación, pero debía comer.
Los alimentos y domicilios los dejaban en una mesa dispuesta en la puerta de la habitación y cualquier cosa que requiriera, lo hacía llamando a la recepción del hotel, donde me contestaba el portero de turno. Para el arreglo y aseo de la habitación, iba una empleada del hotel cada día de por medio y mientras ella hacía sus menesteres, con guantes, tapabocas, una máscara de plástico que le cubría la cara, gorro para la cabeza y un traje que parecía como de astronauta, yo debía permanecer en el balcón, de modo que no hubiera acercamiento entre las dos. La señora también me preparaba el desayuno y aunque siempre tuvo un trato muy cordial para conmigo, yo sentía que me trataban con desconfianza, como si tuviera el virus.
Como en las noches estábamos solos el portero y yo, a veces me entraba la desconfianza que él pudiera hacerme algo; sin embargo, lo único que podía hacer era encomendarme a Dios y confiar que era una persona respetuosa. Y así fue.
Y VINO EL JET-LAG
Me demoré más de 15 días para adaptarme al horario de Colombia, pues la diferencia con Sydney es de 15 horas en otoño. Además, como Bogotá está a 2.600 metros sobre el nivel del mar y yo venía de una región costera, me dio mal de altura, el cual consiste en un terrible dolor de cabeza, que era como si esta se me fuera a estallar. Dormía en el día y velaba en la noche. Comencé a meditar y a hacer yoga antes del desayuno y como me dio mareo, tuve que suspender esta actividad. Aunque conversaba todos los días horas y horas con mis familiares y amigos, oraba, meditaba, escuchaba charlas de crecimiento personal, tomaba el sol, llegó un momento en el cual me quedé sin energía, sin fuerzas, como con una especie de depresión y lo único que me provocaba era dormir.
EL MEJOR MOMENTO
El momento más feliz fue el de la salida del hotel y al llegar a la casa de mi hermana, donde pude abrazarlos por primera vez en mucho tiempo. También estoy muy agradecida con Dios y con la vida que, dos días después de haber llegado de la cuarentena en el hotel, pude compartir mi cumpleaños en familia, me sentí acogida, mejor dicho, me atendieron como una reina. ¿Qué más puedo pedir?
Uno a uno, viví 14 días de un confinamiento total, los cuales fueron bastante retadores para mí. Esto me puso a pensar muchas cosas, entre ellas, el valor que tiene y el apoyo de mi familia, amigos, aprender a estar conmigo misma, a aceptar situaciones que superan nuestros límites. Son aprendizajes para la vida, que debemos interiorizar, sin juzgar y siempre observando su lado positivo.